Es normal que la vida social, el estrés, la ansiedad, o incluso momentos de felicidad o tristeza se conviertan en puntos de inflexión donde empezamos a cambiar hábitos… y no precisamente hábitos saludables.
Muchas veces comenzamos una dieta, creamos el hábito a leer todos los días, encontramos gusto por el ejercicio y lo sostenemos por cierto tiempo; 3 meses, 10 meses, 1 año… hasta que aparece un evento que cambia la rutina y sentimos que todo se va para el piso.
A mi también me ha pasado y quiero contarte mi historia y cómo lo he navegado, para que tu también sepas que es posible salir de ese círculo vicioso y no quedarte estancado en él.
En el 2020, gracias a la pandemia comencé a enfocarme más en lo que le daba a mi cuerpo en cuanto a la alimentación. El no pasar todos los días por la tienda de la esquina, no tener una vida social tan activa, no estar tentada 24/7, me ayudó a enfocarme en una alimentación REAL.
Llevaba varios años (+6) nutriendo mi cuerpo con frutas, verduras, proteína de buena calidad y carbohidratos complejos. Sin embargo, pequeños detalles como el agua saborizada, la mentica, el coctel con amigas o el helado con los de la oficina me hacían salirme de mis objetivos.
Comencé a ver cambios al muy poco tiempo (¡mes y medio!) y pensé: WOW, la comida es el 90% para sentirme bien. Pero luego tuve una relación que lo cambió todo… comencé a inflamarme por comer en restaurantes, salir de fiesta, tomar alcohol los fines de semana y caer en el postre cuando iba caminando por la calle.
Me subí de peso, subí mi % de grasa y perdí lo que más valoraba: la confianza en mí misma, sentirme plena con mi cuerpo (a pesar que muchos “halagan” mi cuerpo, nunca me había sentido plena mirandome al espejo) y vibrar en una frecuencia más alta por sentirme feliz conmigo misma.
No se si gracias al cielo, pero me dio COVID y me bajé lo que me había subido… menos la confianza en mí. Volví a empezar, pero la diferencia es que sabía cómo era el proceso. Se que la vida social a veces cuesta, lo que nos venden en redes sociales cada día es más llamativo y si los hábitos no se cambian de raíz, los viejos patrones se quedan contigo.
Llegué a un punto en que no me sentía nada bien con mi cuerpo. Sumado a temas emocionales y financieros, el proceso se volvió bastante difícil. Pero aquí estoy, persiguiendo mi objetivo. Y para esto aprendí algo fundamental: poner límites.
– Si le digo SI a todo vino que me ofrezcan
– Si le digo SI al postre que piden para compartir
– Si le digo SI a comer en restaurantes no 1 sino 3-4 veces por semanas
Le estoy diciendo NO a mi meta.
Por el contrario, si reemplazo el vino por una agua con gas y limón, si cambio el postre por una aromática, si propongo cocinar en casa en vez de salir a un restaurante…
Le estoy diciendo SÍ a mi meta.
Y si la palabra que resume todo es ser RADICAL, pues te digo que SI a veces hay que ser radicales para llegar a nuestra meta. Sin embargo, yo lo llamaría AMOR PROPIO. Amor por mi cuerpo, amor por sentirme bien como alguna vez me sentí, amor por no inflamar mis órganos y causarle posibles enfermedades.
Si tu perspectiva resuena con la mía del AMOR PROPIO, te invito a que le digas SI a eso que tanto te hace bien y que tanto quieres, al tiempo que le dices NO a esos deseos momentáneos que luego se convierten en obstáculos en tu camino.
Esto no solo aplica a la nutrición. Quiero que lo enfoques en cualquier meta u objetivo que tengas en la vida.
Cuéntame ¿qué ha sido lo más dificil de decir que NO? y ¿qué es eso que quieres decirle SÍ con todo tu corazón?